“Mujeres que no amaban a los hombres”

Testo in spagnolo e in italiano

Stieg Larsson nos ha dicho solo la mitad de una antigua verdad. Y la sociedad contemporánea hace tiempo que tomó el camino equivocado en la gestión de su equilibrio y la necesidad de renovarlo. Las políticas de igualdad de género son, en este sentido, síntoma de una incapacidad sustancial para captar el auténtico valor de la persona más allá de las diferencias y la difusión y aceptación de lo “políticamente correcto” es la muerte del sentido crítico necesario para buscar la armonía.

La actualidad del hoy en día de Argentina en las últimas semanas está marcada por dos casos de gran repercusión mediática debido a la total ausencia de límites a la violencia que caracterizó a dos crímenes distintos. Por un lado, el asesinato de Fernando, un joven que ha sido brutalmente asesinado cuando salía de la discoteca por una pandilla de ocho jóvenes de su misma edad, y por el otro, Lucio, un niño de cinco años que fue torturado por mucho tiempo por su madre y su novia.

Hay que decir de inmediato, y escribo para subrayarlo, que la cobertura mediática del segundo caso me parece limitada al compromiso de unos pocos, periodistas antes que todo, que no quieren el silencio que tal vez ciertas tendencias políticamente correctas estarían tentadas de difundir. Por el contrario, el primer caso adolece incluso de un exceso de exposición mediática, hasta el punto de que los padres de los acusados viven con el temor constante de ser linchados por una multitud indignada que siempre está presente en los lugares del juicio y dondequiera que se mudan los protagonistas de esta amarga historia. Me gustaría agregar: en el caso de la muerte de Fernando, uno de los abogados penalistas más famosos de Argentina se ofreció a defender pro bono al niño y en nombre de la familia; nadie, en cambio, se ha ofrecido a ayudar al padre de Lucio en la difícil tarea de buscar justicia contra dos mujeres cuya crueldad asesina está probada.

Una vez más, pues, para los sujetos más débiles, los niños, no veo un interés real por parte de la sociedad, no escucho voces masivas alzadas para proteger al pequeño Lucio torturado lentamente por su madre y su novia. No hay manifestaciones masivas en su defensa, el horror de su tortura no ha llevado a la sociedad a despotricar públicamente contra las perpetradoras de un crimen absoluto.

La muerte de Lucio es ciertamente lo emergente de un malestar social frente al cual no veo dinámicas capaces de reequilibrar la guerra de géneros que en cambio veo promovida y apoyada en todos los niveles de la realidad. La acusación, según he podido saber por los medios, ha demostrado que la pareja de la madre golpeaba todos los días a este niño de cinco años y que lo hacía con el consentimiento y la participación de la madre. Ya nadie puede sorprenderse de la crueldad humana y por eso podemos escuchar con horror, pero sin asombro, las fracturas provocadas al niño, las quemaduras de cigarrillos y los hematomas por los constantes golpes que le daban con la misma frecuencia que las comidas. Pero estoy convencido de que todos nos quedamos boquiabiertos al enterarnos, según escuchamos en los medios, que los abusos que su madre y su pareja le infligieron al pobre Lucio incluían mordeduras en los testículos y violencia sexual con el uso de objetos.

Por lo informado por los medios, sabemos que la madre, tras la separación del padre de Lucio, había obtenido la custodia por la señora jueza que estaba a cargo del caso. Sabemos que el padre, para poder ver a su hijo, fue chantajeado por la ex mujer que lo amenazó con denunciarlo por acoso sexual contra al hijo si no le pagaba una suma de dinero cada vez. Sabemos, siempre según las noticias, que Lucio era amado por su padre y sus abuelos paternos, quienes en reiteradas ocasiones habían denunciado oficialmente las condiciones del niño solicitando al padre una revisión de los términos de separación y custodia. Sabemos que la señora juez siempre ha preferido confirmar la cesión a la madre y su pareja. Sabemos, nuevamente por fuentes mediáticas, que la directora, la maestra y la psicóloga educativa de la escuela donde Lucio iba a diario cubierto de moretones y vendajes, declararon que nunca habían notado nada sospechoso en el niño y mucho menos en la madre.

Entonces la pregunta que surge es: ¿por qué nadie quiso o pudo ver maldad en la madre y su novia? ¿Por qué el padre quedó enmarcado en el rol de excluido y no escuchado?

Como educador siempre he tratado con alumnos inquietos, difíciles por cualquier motivo y me gusta recordar que nunca he impuesto una nota disciplinaria, escrita en el registro, para etiquetar su comportamiento. Y si algo he conseguido es superar, allí donde he podido actuar, los prejuicios contra los alumnos difíciles y mirar con objetividad las aureolas que se depositan sobre la cabeza de los alumnos “normales”.

La tortura que sufrió Lucio en el breve lapso de su vida es responsabilidad de una sociedad que marca y etiqueta y es también resultado, a mi modo de ver, del desequilibrio sostenido por lo políticamente correcto, o esa forma de ceguera que, para lograr finalidades políticas e institucionales pensadas desde arriba, permite que una gran cantidad de realidad sumergida quede privada de las garantías sociales a las que todos deberían tener derecho.

El análisis sociológico ha observado que lo no-dicho es generalmente responsable de nuestro comportamiento. El legado inconsciente que llevamos dentro desde hace siglos hace que actúen en nosotros modelos interiorizados y uno de estos modelos crea una superposición subterránea entre la figura de una mujer y la de una madre y a través de esta imagen se asocia la referencia simbólica a Santa María Madre de Dios. De este modo nuestra sociedad rechaza de manera apodíctica la asociación entre la figura femenina y el mal, mientras que por el contrario la considera una base interpretativa para la figura masculina siempre expuesta a la asociación con el mal. Se trata de una demencia social que no sabemos cómo resolver y que para algunos quizás sea incluso mejor no resolver.

La crueldad sin límites de las dos mujeres que torturaron a Lucio es un claro síntoma de un odio sin fin contra el género masculino: mujeres que odian a los hombres, la otra mitad de la verdad de nuestra humilde y frágil historia de hombres y mujeres. En referencia al caso, así lo confirman también algunos hechos posteriores a la detención, como el envío al ex suegro de videos obscenos de prácticas sexuales entre las dos amantes mujeres a las que se les permitió compartir celda. Y cada acto de la relación entre la madre de Lucio y su exmarido tras la separación lo confirma. Estas dos mujeres deliberadamente despreciaron, humillaron, ofendieron y finalmente mataron al género masculino en su conjunto y para ello utilizaron una víctima sacrificial, Lucio y los hombres de la vida de Lucio, su padre y su abuelo. Con referencia a la sociedad en su conjunto, esto se confirma por una serie infinita de episodios de trato desigual, episodios donde a veces también los hombres son víctimas silenciadas y no escuchadas.

Una reconocida abogada del colegio de abogados bonaerense en una entrevista reciente, a la periodista que le preguntó cómo explicaba que ninguna de las mujeres que se relacionaban con Lucio a diario había denunciado su caso, afirmó que la sociedad no está capaz de ver lo que no quiere ver y afirmó que en su experiencia de cada veinte denuncias de acoso sexual de menores por parte de una mujer contra su exmarido, diecinueve son falsos e instrumentales para chantajear a su excónyuge.

La sordera de la sociedad, representada por la jueza, la directora, la maestra y la psicóloga educativa, debe hacernos reflexionar sobre el tipo de responsabilidad que hemos asumido al dejar que la educación de los menores sea manejada casi en su totalidad por mujeres. Es un problema de equilibrio pedagógico que personalmente denuncio desde hace muchos años, aunque por el mero hecho de presentar públicamente el tema he recibido innumerables ofensas e insultos por parte de educadoras que se supone deberían enseñar el respeto al Otro a nuestros hijos.

No creo que estemos sin la capacidad de intervenir seriamente en los problemas que nos aquejan y por los cuales niños como Lucio son olvidados. No me gusta que se use el nombre de las víctimas para titular nuevas leyes que salen apresuradamente de reacciones emocionales porque su verdadero propósito es ganar visibilidad política y, por tanto, siempre son leyes con pocas perspectivas de convertirse en soluciones. Estoy convencido de que aún contamos con las herramientas y capacidades para corregir la deriva conflictiva de la sociedad contemporánea, siempre que apoyemos una auténtica revolución juvenil que depure de una vez la insuficiencia e irresponsabilidad de todos adultos protagonistas del escenario político e institucional del mundo.

Los delitos contra la persona deben ser perseguidos con seriedad y sancionados con seriedad, ya se trate de violencia contra una mujer o contra cualquier otro tipo de persona que, en las circunstancias de un delito, desempeñó el papel del más débil. Como siempre los niños lo son. Creo que los que juzgan y los que educan deben actuar siempre en condiciones de igualdad de las diferencias. Es inaceptable dejar que ciertos sectores de la vida social se conviertan en territorio exclusivo o casi exclusivo de un género o clase de personas. Nuestras diferencias humanas son nuestra riqueza y separarlas en sectores produce ceguera, empobrecimiento y pérdida de sensibilidad.

No lograremos el equilibrio de género exigiendo un porcentaje de participación femenina en las listas electorales o en las juntas directivas. Creerlo es un acto de manipulación de la conciencia colectiva. El poder nunca ha hecho diferencias de género. El viejo dicho “a una mujer no se le puede tocar ni con una flor”, desde un ideal caballeresco se ha traducido en una trágica y violenta paradoja, una inversión frontal que le ha quitado la espada a un viejo esgrimista y no para perseguir una nueva visión de la paz, sino para entregar la misma espada a un nuevo espadachín que muestra las mismas limitaciones que el primero.


Donne che odiano gli uomini

Lucio Dupuy

Stieg Larsson ci ha raccontato solo la metà di un’antica verità. E la società contemporanea ha da tempo preso una strada sbagliata per gestire il proprio equilibrio e l’esigenza di rinnovarlo. Le politiche sulla parità di genere sono, in tal senso, sintomo di una incapacità sostanziale di cogliere il valore autentico della persona al di là delle differenze e la diffusione e accettazione del “politically correct” è la morte del senso critico necessario per ricercare l’armonia.

L’attualità della cronaca argentina in queste settimane è marcata da due casi di grande eco mediatica a causa della totale assenza di limiti alla violenza che ha caratterizzato due diversi crimini. Da un lato l’omicidio di Fernando, un giovane che all’uscita della discoteca è stato brutalmente ucciso da una banda di otto coetanei e dall’altro, Lucio un bimbo di cinque anni lungamente torturato dalla madre e dalla sua compagna.

Va detto subito, e scrivo per sottolinearlo, che l’eco mediatica del secondo caso mi appare limitata all’impegno di pochi, giornalisti in testa, che non vogliono che sul caso cali il silenzio che certe tendenze da politically correct rischiano di spargere. Al contrario, il primo caso soffre addirittura di un eccesso di esposizione mediatica, al punto che i genitori degli accusati vivono con la paura costante di essere linciati da una folla indignata sempre presente nei luoghi del processo e ovunque si muovano i protagonisti di questa amara vicenda. Aggiungo: per il caso della morte di Fernando uno dei più famosi avvocati penalisti d’Argentina si è offerto di curare pro bono la difesa del ragazzo per conto della famiglia; nessuno invece si è offerto di aiutare il padre di Lucio nella difficile impresa di chiedere giustizia contro due donne la cui crudeltà assassina è comprovata.

Ancora una volta, dunque, per i soggetti più deboli, i bambini, non vedo un vero interesse da parte della società, non sento levarsi voci di massa a salvaguardia del piccolo Lucio lentamente torturato da sua madre e dalla sua fidanzata. Non vi sono manifestazioni di massa in sua difesa, l’orrore del suo supplizio non ha spinto la società a inveire pubblicamente per protestare contro le autrici di un crimine assoluto.

La morte di Lucio è certamente un emergente di un disagio sociale verso il quale non vedo in atto dinamiche capaci di riequilibrare la guerra dei generi che invece vedo promossa e sostenuta ad ogni livello di realtà. L’accusa, secondo quanto apprendo dai media, ha dimostrato che la compagna della madre giornalmente picchiava questo bambino di soli cinque anni e che lo faceva col consenso e la partecipazione della madre. Nessuno può ormai stupirsi della crudeltà umana e possiamo quindi ascoltare con raccapriccio, ma senza stupore, delle fratture provocate al bambino, delle bruciature da sigaretta e dei lividi per le costanti botte che gli davano con la stessa frequenza dei pasti. Ma sono convinto che tutti siamo rimasti senza parole ad apprendere, secondo quanto si ascolta nei media, che le sevizie inferte al povero Lucio da sua madre e dalla sua compagna prevedevano i morsi ai testicoli e la violenza sessuale con l’uso di oggetti.

Da quanto riferito dai media, sappiamo che la madre, dopo la separazione dal padre di Lucio, aveva ottenuto l’affidamento da parte della signora giudice che ebbe in mano il caso. Sappiamo che il padre, per potere vedere il figlio, veniva ricattato dalla donna che minacciava di denunciarlo per molestie sessuali nei confronti del figlio se non gli avesse pagato per ogni volta una somma di denaro. Sappiamo, sempre secondo il riferito dai telegiornali, che Lucio era amato dal padre e dai nonni paterni che ripetutamente avevano segnalato ufficialmente le condizioni del bambino chiedendo una revisione dei termini della separazione e l’affidamento al padre. Sappiamo che la signora giudice ha sempre preferito confermare l’assegnazione alla madre e alla sua compagna. Sappiamo, sempre dalle fonti mediatiche, che la direttrice, la maestra e la psicopedagoga della scuola dove Lucio andava giornalmente coperto di lividi e fasciature, hanno dichiarato di non aver mai notato nulla di sospetto nel bambino e tantomeno nella madre.

Così la domanda che ci si pone è: perché nessuno ha voluto vedere la malvagità nella madre e nella sua compagna? Perché il padre è rimasto inquadrato nel ruolo dell’escluso e del non ascoltato?

Da educatore mi sono sempre occupato di alunni irrequieti, difficili per una qualunque ragione e mi piace ricordare che non ho mai comminato una nota disciplinare, scritta sul registro, per etichettare il loro comportamento. E se una cosa mi è riuscita è stata vincere, ovunque abbia potuto agire, i pregiudizi contro gli alunni difficili e guardare con obiettività le aureole poste sul capo degli alunni “normali”.

La tortura che Lucio ha subito nel breve arco della sua vita è responsabilità di una società che marca ed etichetta ed è anche frutto, a mio modo di vedere, dello squilibrio sostenuto dal politically correct, ovvero quella forma di cecità che per realizzare obiettivi politico-istituzionali calati dall’alto, lascia che una gran quantità di sommerso resti privo delle garanzie sociali a cui tutti avrebbero diritto.

L’analisi sociologica ha osservato che il non-detto è in generale il vero responsabile dei nostri comportamenti. L’eredità inconscia che ci portiamo dentro da secoli fa sì che in noi agiscano modelli interiorizzati e uno di questi opera una sotterranea sovrapposizione tra la figura di donna e quella di madre e tramite questa immagine si associa il riferimento simbolico a Santa Maria Madre di Dio. In tal modo la nostra società respinge in modo apodittico l’associazione tra la figura femminile e la malvagità, mentre al contrario la considera una base interpretativa per la figura maschile sempre esposta all’associazione con il male. Si tratta di una demenza sociale che non sappiamo risolvere e che ad alcuni forse conviene persino non risolvere.

La crudeltà senza confini delle due donne che hanno torturato Lucio è un chiaro sintomo di un odio senza confini contro il genere maschile in assoluto: donne che odiano gli uomini, l’altra metà della verità della nostra umile e fragile storia di uomini e donne. In riferimento al caso, lo confermano anche alcuni fatti successivi all’arresto, come l’invio all’ex suocero di video osceni di pratiche sessuali tra le due donne amanti a cui è stato concesso di condividere la cella. E lo conferma ogni atto via via reso noto della relazione tra la madre di Lucio e l’ex marito dopo la separazione. Queste due donne hanno volutamente disprezzato, umiliato, offeso e infine ucciso il genere maschile nel suo complesso e per farlo hanno usato una vittima sacrificale, Lucio e gli uomini della vita di Lucio, il padre e il nonno. In riferimento alla società tutta, lo conferma una infinita serie di episodi di disparità di trattamento di cui sono vittime mute anche uomini la cui unica colpa è essere nati in un tempo da caccia agli stregoni. Una nota avvocatessa del foro di Buenos Aires in una recente intervista, al giornalista che le chiedeva come spiegava che nessuna delle donne che giornalmente entravano in contatto con Lucio avesse segnalato il suo caso, ha affermato che la società non è in grado di vedere ciò che non vuole vedere e affermava che per la sua esperienza ogni venti casi di denuncia di molestia sessuale su minori da parte di una donna contro l’ex marito, diciannove sono falsi e strumentali a ricattare l’ex coniuge.

La sordità della società, rappresentata dalla signora giudice, dalla direttrice, dalla maestra e dalla psicopedagoga credo dovrebbe farci riflettere sul tipo di responsabilità che ci siamo presi a lasciare che l’educazione dei minori venga nella quasi totalità gestita solo dalle donne. Si tratta di un problema di equilibrio pedagogico da me personalmente segnalato da molti anni, anche se per il solo fatto di presentare il tema, ho ricevuto innumerevoli offese ed improperi da parte di educatrici che si suppone dovrebbero insegnare il rispetto dell’Altro ai nostri figli.

Non credo che siamo privi della capacità di intervenire seriamente sui problemi che ci affliggono e per i quali bambini come Lucio vengono dimenticati, salvo poi usare il loro nome per ottenere visibilità politica intestando alle vittime le leggi frutto di reazioni emotive e per ciò stesso con poca prospettiva di risultare soluzioni. Sono convinto che ancora abbiamo strumenti e capacità per correggere la deriva conflittuale della società contemporanea ma a patto di sostenere una autentica rivoluzione giovanile che faccia piazza pulita dell’inadeguatezza e irresponsabilità di tanti adulti protagonisti delle scene politiche e istituzionali in tutto il mondo.

I reati contro la persona vanno seriamente perseguiti e seriamente sanzionati, si tratti di violenza contro una donna o contro un qualunque altro soggetto che nelle circostanze di un crimine avesse il ruolo di soggetto debole. Come sempre lo sono i bambini. Credo che chi giudica e chi educa debba sempre agire in condizioni di equità delle differenze. Non è ammissibile lasciare che certi settori della vita sociale divengano territorio esclusivo o quasi esclusivo di un genere o di una classe di persone. Le nostre differenze umane sono la nostra ricchezza e separarle in settori produce cecità, impoverimento e perdita di sensibilità.

L’equilibrio di genere non lo raggiungeremo pretendendo una percentuale di partecipazione femminile nelle liste elettorali o nei consigli di amministrazione. Crederlo è un atto di manipolazione della coscienza collettiva. Il potere non ha mai fatto differenze di genere. Il vecchio adagio “una donna non si tocca nemmeno con un fiore”, da ideale cavalleresco si è tradotto in un paradosso tragico e violento, un rovesciamento di fronte che ha tolto la spada ad un vecchio schermidore non per perseguire una nuova visione di pace, ma per consegnarla ad un nuovo spadaccino che mostra gli stessi limiti del primo.

3 risposte a ““Mujeres que no amaban a los hombres””

  1. Incredibile dove possa arrivare la crudeltà umana ! Solo pensare cosa ha vissuto il piccolo Lucio, di soli cinque anni, fa accapponare la pelle. L’analisi precisa e dettagliata fornita dall’articolo rende ancora più consapevoli di quanto, pochezza e cattiveria possano talvolta allontanare il genere umano ( nello specifico due donne) dalla propria natura razionale, per dirigerlo verso una cruda ferocia bestiale.

  2. Sicuramente la visione della donna giudaico-cristiana come Madonna ancora saldamente radicata nella società “occidentale” ha portato a tutta la barbarie subita da Lucio ed è altrettanto vero che certe professioni sono quasi totalmente occupate da un solo genere, anche nel delicato settore dell’educazione delle nuove generazioni. Portare a un dibattito serio e non ideologico questi temi è compito di una società civile avanzata, cosa che sembra sia ancora al di là da venire se non in isolati interventi come questo.

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