El otro Covid – L’altro Covid

(testo in spagnolo e italiano)

La pandemia ha estado alimentando el imaginario colectivo durante más de un año e influyendo en el tejido relacional a nivel mundial. Esto ya ha provocado la modificación de comportamientos generalizados con consecuencias relativas sobre las formas sociales que definen nuestra calidad de vida.

El martilleo cotidiano, intenso, compulsivo, detallado y superficial, profundo e inexacto, contradictorio e imponente, también ha provocado efectos devastadores en ese espacio cada vez más oculto que son nuestra conciencia y nuestro inconsciente.

Finalmente, el lenguaje común y globalizado que ha manejado la información sobre la pandemia es políticamente correcto, una forma de imbecilidad generalizada que ofrece una máscara inteligente a los que no lo son, un refugio para los que no son capaces de responsabilizarse, una coartada para los tímidos, una excusa para los ineptos.

Y las opciones políticas generalizadas han flanqueado la emotividad generalizada en lugar de gobernarla cuidadosamente. El miedo al virus, por tanto, es el protagonista de esta incómoda historia que hasta la fecha le ha robado al mundo entero un año y medio de vida como lo pretendíamos hasta 2019.

En una comunidad tradicional, de aquellos que tuvieron una relación significativa con la Muerte a pesar de que se morían de varios tipos de muerte, la reacción habría sido diferente. De hecho, las prioridades habrían sido diferentes. Habrían favorecido a una población fuerte con un largo futuro por delante, capaz de asegurar la supervivencia de la comunidad. En nuestro tiempo, caracterizado por un individualismo hiper-analizado por todo tipo de estudiosos y teólogos, lo que determinó nuestras prioridades fue, en cambio, ese rechazo cultural a la Muerte que le ha quitado sentido a nuestra relación con ella a pesar de haber descubierto científicamente cómo sobrevivir a muchos de las viejas muertes. Por otro lado, hemos cargado la Vida de un exceso de significación hasta el punto de que en ese exceso ni siquiera la vida tiene un sentido claro y fuerte, tiene muchos, y a menudo conflictivos, una multiplicidad que confunde, cansa y agota. Generando una infinidad de fragilidad e incertidumbre, abandono y desesperación.

Los datos científicos, auténticas joyas de la lógica determinista, la que nos hacía dependientes de la búsqueda de la seguridad, sustentaban las decisiones de la política políticamente correcta. El grito de alarma por la mayor morbilidad y mortalidad de la categoría de mayores de 80 años se disfrazó como un compromiso por defender el valor de la vida. En realidad, se ha salvaguardado el privilegio de las gerontocracias del liberalismo económico. La cultura que gira en torno a nuestro sistema económico rechaza la Muerte, busca la eterna juventud y basa sus valores en este desafío imposible que también es un reclamo ontológico. Es un dato cultural representativo de la época en que vivimos. Este es el sentido profundo del grito que ha guiado las políticas fallidas para combatir la pandemia.

La suspensión, aunque parcial y en corriente alterna, de algunos derechos fundamentales de la libertad humana, que se ha convertido en cosa juzgada en todas las democracias modernas, ha acostumbrado con el tiempo a las personas a un nuevo concepto de normalidad que se alimenta de restricciones a las personas y enriquece el poder inhibitorio de las instituciones. La “normosis” abandona la dimensión del análisis patológico y se arraiga en la de la gestión oficial institucionalizada.

Toda decisión justificada por la contención de la pandemia ha provocado la desertificación de las pequeñas empresas y las comerciales y el empobrecimiento de la clase media. Al mismo tiempo, sin embargo, permitió un aumento en la rotación de las multinacionales y consolidó la ventaja de la clase alta. Este año y medio de estrategias basadas en el valor de la Vida entendida como el rechazo a la Muerte, ha ampliado aún más la brecha entre ricos y pobres en todo el mundo. Son inútiles las exhortaciones del Papa que insiste en la necesidad de la solidaridad para la supervivencia misma de la humanidad. La historia nos enseña que no aprendemos de la historia, o al menos no lo suficiente.

Un ejemplo: Biontech, de una empresa que facturó 120 millones de euros en 2019, se ha convertido en un gigante en tan solo un año gracias a la alianza con los que ya eran gigantes, Pfeizer. Y si en 2020 parece que había presupuestado unas pérdidas de 53 millones de euros, solo en los tres primeros meses de 2021 registró unos beneficios antes de impuestos de 1.600 millones de euros. En conjunto, se estima que en todo 2021 alcanzarán beneficios de 12.400 millones de euros (fuente: Il Fatto Quotidiano, 5-10-2021).

No obstante, el mundo no puede vacunar al ritmo que quiere. Las empresas proveedoras no tienen tiempo para asegurar la producción. Quienes han propuesto la liberación de patentes para permitir la producción local de la vacuna han objetado que “esta” no es la solución. Intento claro de salvar la prioridad de la especulación financiera ante el valor de la vida entendida como la vida de los Otros. Como demuestra la reciente intervención del Parlamento Europeo, que finalmente optó por la propuesta alemana de permitir las liberaciones solo en caso de elección voluntaria de las empresas farmacéuticas. La empresa alemana que produce la vacuna Pfeizer no la eligió y agradeció a la Merkel inmortal. Las multinacionales farmacéuticas se han transformado así en empresas cuyo volumen de negocios es igual al de un Estado de tamaño medio y, como tales, ahora son ampliamente capaces, si quisieran, de influir en las elecciones y decisiones allí donde tuvieran interés en hacerlo.

Una reflexión: gracias a las ganancias, BioNtech abre un mega-centro en Asia. Una inversión millonaria inútil para la lucha actual contra la pandemia. Significado explícito: el futuro es Covid. No será una coincidencia entonces que la OMS haya comenzado a difundir comunicaciones advirtiendo a la población mundial que vendrán otras pandemias. Mientras tanto, cierran sus negocios y mueren pequeños comerciantes y empresarios, el mediano se vuelve pequeño y los grandes se transforman en gigantes. La pandemia parece ser el último acto de ese proceso de gigantismo que ha llevado al mundo a su peor y actual escenario, caracterizado por el regreso de todos los síntomas de las crisis mundiales que han generado muerte y destrucción.

De modo que el problema real, incluso más que el Covid sobre cuyos orígenes nunca sabremos la verdad, es el Otro Covid, o ese miedo al Otro que se originó a raíz de décadas de deshumanización provocada por los estilos de vida impuestos por el Mercado. La primacía de la economía sobre todos los demás aspectos de la vida social ha deshumanizado el escenario relacional mundial, ha dado el golpe de gracia a la pérdida del sentido crítico perseguida con premeditado desinterés por una política educativa rentable. Las instituciones promueven una inclusión que no quieren, una obra de teatro dirigida a mantener las mismas instituciones que se alimentan de una aparente democracia.

La igualdad de oportunidades alimenta una guerra de género, las estrategias de recepción generan nuevas formas de pobreza residente, las políticas internacionales perpetúan la agresión colonial bajo un nuevo disfraz, los nacionalismos resucitan como de costumbre como respuestas cobardes al miedo generalizado. Es singular que Francia pretenda liderar una cumbre mundial sobre el futuro de África al inaugurar un camino políticamente largo e ineficaz cuando, para mejorar rápidamente la situación del continente africano, bastaría con adoptar de manera autónoma una ley nacional que impidiera la explotación francesa de los recursos africanos. Todo lo que debería ser el origen de un sentimiento de Tierra Patria es fuente de estrategias diplomáticas o de guerra fría. Este es el escenario del miedo al Otro que en cada momento en que se materializó, en el pasado dio vida a las peores páginas de la historia humana. El Covid, gestionado como hemos intentado explicar, ha producido un miedo al Otro que se manifiesta en todas partes en el comportamiento de los individuos que se evitan y temen unos a otros. Las reuniones espontáneas representan una protesta, pero las instituciones intervienen para castigar a los responsables.

Si es cierto que estamos a punto de ganarle la batalla al Covid19, el partido contra el Otro Covid aún está por jugarse.

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La pandemia alimenta da più di un anno l’immaginario collettivo e influenza il tessuto relazionale a livello globale. Ciò ha già comportato la modifica dei comportamenti diffusi con relative conseguenze sulle forme sociali che definiscono la nostra qualità della vita.

Il martellamento giornaliero, intenso, compulsivo, dettagliato e superficiale, approfondito ed inesatto, contraddittorio ed impositivo, ha provocato effetti anche devastanti in quello spazio sempre più nascosto che sono la nostra coscienza e il nostro inconscio.

Il linguaggio comune e globalizzato che ha gestito l’informazione sulla pandemia, infine, è il politically correct, una forma di imbecillità diffusa che offre una maschera intelligente a chi non lo è, un riparo a chi non è capace di responsabilità, un alibi ai pavidi, una scusa agli inetti.

E le scelte politiche generalizzate hanno prestato il fianco alla emotività diffusa invece di governarla con attenzione. La paura del virus, dunque, è la protagonista di questa scomoda vicenda che ad oggi ha sottratto al mondo intero un anno e mezzo di vita come la intendevamo fino al 2019.

In una comunità di tipo tradizionale, di quelle che avevano una relazione di senso con la Morte pur morendo di vari tipi di morte, la reazione sarebbe stata differente. Diverse, infatti, sarebbero state le priorità. Avrebbero privilegiato la popolazione forte con un lungo futuro davanti a sé, quella capace di assicurare la sopravvivenza della comunità. Nel nostro tempo, caratterizzato da un individualismo iper analizzato da ogni tipo di studiosi e teologi, a determinare le nostre priorità è stato invece quel rifiuto culturale per la Morte che ha tolto senso alla nostra relazione con essa pur avendo scoperto scientificamente come sopravvivere a molte delle vecchie morti. Abbiamo, di contro, caricato la Vita di un eccesso di significanza al punto che in tale eccesso nemmeno la vita ha un senso chiaro e forte, ne ha tanti, spesso contrastanti e in conflitto, una molteplicità che confonde, affatica e stanca. Generando una infinità di fragilità e incertezze, abbandoni e disperazione.

I dati scientifici, autentici gioielli della logica deterministica, quella che ci ha resi dipendenti dalla ricerca della sicurezza, hanno supportato le decisioni della politica politically correct. Il grido di allarme per la maggiore morbilità e mortalità della categoria degli ultra ottantenni si è travestito di impegno per la difesa del valore della vita. In realtà si è salvaguardato il privilegio delle gerontocrazie del liberalismo economico. La cultura che ruota intorno al nostro sistema economico rifiuta la Morte, cerca l’eterna giovinezza e fonda i suoi valori intorno a questa impossibile sfida che è anche una pretesa ontologica. È un dato culturale rappresentativo del tempo che viviamo. Questo il senso profondo del grido che ha guidato le politiche sbagliate di contrasto alla pandemia.

La sospensione, seppure parziale e a corrente alternata, di alcuni diritti fondamentali della libertà umana, passata in giudicato in tutte le democrazie moderne, ha nel tempo abituato le persone ad un nuovo concetto di normalità che si alimenta di restrizioni agli individui e si arricchisce di potere inibitorio a favore delle istituzioni. La “normosi” abbandona la dimensione dell’analisi patologica ed si radica in quella della gestione ufficiale istituzionalizzata. Si instaura la profezia di Horkheimer di una società totalmente amministrata. I governi hanno deciso i criteri con i quali determinare chi doveva vivere a tutti i costi e chi poteva e doveva aspettare e lo hanno fatto privilegiando le gerontocrazie dominanti. Il fondatore della teoria critica vedeva un futuro abitato da uomini abituati ad agire automaticamente, obbedienti a semplici segnali: usa la mascherina, non avvicinarti all’Altro, torna a casa presto, non uscire…

Ogni decisione giustificata in ragione del contenimento della pandemia, ha comportato una desertificazione delle piccole attività commerciali ed imprenditoriali e un impoverimento della classe media. Nello stesso tempo ha però consentito un incremento di fatturato delle multinazionali e cementato il vantaggio della upper class. Questo anno e mezzo di strategie improntate al valore della Vita inteso come rifiuto della Morte, ha quindi ulteriormente accresciuto in tutto il mondo il divario tra ricchi e poveri. A nulla valgono le esortazioni del Papa che insiste sulla necessità della solidarietà per la stessa sopravvivenza dell’umanità. La storia insegna che dalla storia non apprendiamo, non abbastanza almeno.

Un esempio: la Biontech, da azienda che nel 2019 fatturava 120 milioni di euro, è diventata in un solo anno un gigante grazie al sodalizio con chi gigante lo era già, la Pfeizer. E se nel 2020 risulta che avesse messo a bilancio perdite per 53 milioni di euro, nei soli primi tre mesi del 2021 ha registrato utili per 1,6 miliardi di euro al lordo di imposte fiscali. Complessivamente, si stima che in tutto il 2021 raggiungeranno utili per 12,4 miliardi di euro (fonte Il Fatto Quotidiano, 10-5-2021).

Ciò nonostante, il mondo non riesce a vaccinare al ritmo che vorrebbe. Le ditte fornitrici non fanno in tempo ad assicurare la produzione. Chi ha proposto la liberazione dei brevetti per consentire le produzioni locali del vaccino, si è visto obiettare che “questa” non è la soluzione. Chiaro tentativo di salvare la priorità della speculazione finanziaria davanti al valore della vita intesa come vita degli Altri. Come dimostra il recente intervento del Parlamento europeo che alla fine ha optato per la proposta tedesca, di consentire le liberazioni solo in caso di scelta volontaria da parte delle aziende farmaceutiche. Quella tedesca che produce il vaccino Pfeizer, non lo ha scelto e ha ringraziato l’inossidabile Merkel. Le multinazionali della farmaceutica si sono così trasformate in aziende il cui fatturato è pari a quello di uno Stato di media grandezza e come tali sono ormai ampiamente capaci, se volessero, di influenzare scelte e decisioni ovunque avessero interesse a farlo.

Una riflessione: grazie agli utili, BioNtech apre un mega centro in Asia. Un investimento milionario inutile per l’attuale lotta alla pandemia. Significato esplicito: il futuro è Covid. Non sarà allor aun caso che l’OMS abbia iniziato a diffondere comunicati con i quali si avvisa la popolazione mondiale che verranno altre pandemie. Intanto chiudono le loro attività e muoiono i piccoli commercianti e imprenditori, i medi diventano piccoli e i grandi si trasformano in giganti. La pandemia sembra l’ultimo atto di quel processo di gigantismo che ha condotto il mondo al suo peggiore e attuale scenario, caratterizzato dal ritorno di tutti i sintomi delle crisi mondiali che hanno generato morte e distruzione.

Così che il vero problema, più ancora del Covid sulle cui origini non sapremo mai la verità, è l’Altro Covid, ovvero quella paura dell’Altro che si è originata a seguito di decenni di disumanizzazione provocata dagli stili di vita imposti dal Mercato. Il primato della economia su ogni altro aspetto della vita sociale, ha disumanizzato lo scenario relazionale mondiale, ha dato il colpo di grazia alla perdita di senso critico perseguita con disinteresse premeditato verso una proficua politica educativa. Le istituzioni promuovono una inclusione che non desiderano, una recita finalizzata a mantenere le istituzioni stesse che si nutrono di una democrazia apparente.

Le pari opportunità alimentano una guerra dei generi, le strategie dell’accoglienza generano nuove forme di povertà residente, le politiche internazionali perpetuano sotto nuove spoglie l’aggressività colonialista, i nazionalismi risorgono come di consueto come risposte codarde alla paura diffusa. È singolare che la Francia si intesti un summit mondiale sul futuro dell’Africa inaugurando un percorso politicamente lungo e inefficace quando per migliorare rapidamente la situazione del continente africano le basterebbe adottare in autonomia una legge nazionale che impedisse lo sfruttamento francese delle risorse africane.  Tutto ciò che dovrebbe essere origine di un sentimento di Terra Patria è fonte di strategie diplomatiche o da guerra fredda. Questo è lo scenario della paura dell’Altro che in ogni momento in cui si è concretizzato, in passato ha dato vita alle pagine peggiori della storia dell’uomo. Il Covid, gestito come si è cercato di spiegare, ha prodotto una paura dell’Altro che si manifesta ovunque nel comportamento dei singoli che si evitano e si temono. Gli assembramenti spontanei sono una valvola di sfogo, ma le istituzioni intervengono a punire i responsabili.

Se è vero che stiamo per vincere la battaglia contro il covid19, è invece ancora tutta da giocare la partita contro l’Altro Covid.

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